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| Fuente: https://inicios.es/desconexion-el-gran-reemplazo-digital/ |
Se trata de un ensayo en el que el autor, a partir de su propia experiencia como usuario de herramientas digitales, reflexiona sobre como estas han llegado a dominar muchos ámbitos de nuestras vidas (si no todos), el poder que, de manera más o menos inconsciente, hemos otorgado a las grandes empresas tecnológicas y a sus obscuros algoritmos y la necesidad de reconquistar algún espacio sin conexión, empezando por nuestro dormitorio.
Se trata de un texto brillante (y, en ocasiones, inquietante) y muy bien documentado, que, por el tipo de llamamiento que hace a todos los usuarios y las consecuencias que podría haber de no tenerlo, espero que tenga la repercusión que merece.
Aunque no comparta todo lo que escribe (como, por ejemplo, la dicotomía entre razón y emoción al hablar de discurso político), sí que la reflexión, en general, me parece muy acertada. Me gusta especialmente que no haya cedido ni a la tentación de un discurso tecnófobo ni a vislumbrar un mundo utópico analógico, al que, por lo menos en varios años, no vamos a volver.
No me siento preparada para vivir sin Google, pero sí que ya había hecho algún cambio, en la dirección que apunta el autor, aun antes de leer el libro. Por ejemplo, ya no tengo cuentas ni de Facebook ni de Instagram (aunque sigo nutriendo de datos a Meta con WhatsApp), estoy desconectada por la noche y parte de la mañana y no recibo notificaciones, entre otras "medidas" que he tomado a nivel personal. A raíz de la lectura, soy más consciente de la necesidad de tener espacios (no solo físicos) sin conexión y he borrado aplicaciones que no usaba. Al margen de mi propio uso, sin embargo, lo que más me preocupan son los jóvenes con los que tengo más contacto: los estudiantes y mis hijos. Los segundos son todavía pequeños y sé que tengo margen todavía para predicar con el ejemplo antes de que la influencia de sus pares sea más poderosa que la mía. Pero, ¿los segundos? Ya llevo tiempo reflexionando sobre su capacidad atencional y su patrón de conexión permanente, con el que los profesores, con nuestras explicaciones y discursos, intentamos (en vano) competir. Creo que, como docentes universitarios, tenemos el deber de fomentar que los jóvenes reflexionen sobre su propio uso de la tecnología, los datos que ceden, las capacidades que pierden, además de fomentar el pensamiento crítico, tan necesario en la era de la desinformación. Pero, ¿cómo hacerlo sin convertirnos en los adversarios? ¿Cómo no parecer boomers tecnófobos ante los ojos de estos jóvenes hiperconectados?
Estas eran algunas de las cuestiones en las que pensaba durante la lectura. En el texto se abordan muchos otros temas, todos igualmente relevantes, como el problema de los sesgos de los algoritmos, la desinformación, las relaciones entre tecnología y política, luces y sombras del llamado "Internet de las cosas" y mucho más. Recomiendo encarecidamente no solo su lectura, sino también la difusión de su mensaje. Espero que su llamamiento a la desconexión sea más exitoso que los cantos de sirena tecnológicos, que nos abocan al que el autor denomina "el gran reemplazo digital".

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